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El pueblo tlaxcalteca, a la llegada de los españoles en el siglo XVI, se distinguía por la autonomía y fuerza de sus señoríos. En Tizatlán, una de sus principales capitales, podremos reconocer los restos de lo que era el palacio de Xicoténcatl, y además, descubriremos dos altares con pintura mural que muestran dioses con símbolos de guerra y sacrificio humano.
A escasos metros, los frailes construyeron una capilla abierta, bellamente decorada con escenas bíblicas, la cual funcionó como espacio para las labores evangelizadoras durante los primeros años tras la Conquista.
Luego nos trasladaremos, como lo hicieron los antiguos pobladores hacia el centro de lo que ahora es la ciudad de Tlaxcala, donde se creó una nueva capital. Ahí podemos reconocer en el Ex Convento Franciscano de Nuestra Señora de la Asunción, el culmen de los encuentros religiosos entre la Iglesia y los tlaxcaltecas.